viernes, 5 de septiembre de 2008

Los falsos intelectuales de izquierda

Hace tiempo cierta persona me prestó un libro sobre "poesía revolucionaria latinoaméricana" y allí sólo vi una poesía con la cual sí me llegue a sentir identíficado. El autor, de nombre Alfonso Chase en centroaméricano. No recuerdo de qué país, sólo me atrevería a descartar Belice. Me sentí identificado; pero al considerarme de "izquierda", creo que esa identificación no es buena. En fin, aquí les dejo esa poesía:

Los falsos intelectuales de izquierda no se bañaron esta mañana y sudorosos y sedientos, indefensos y hediondos, insistieron en repetir sus octavillas a los intelectuales de derecha y algunos otros estudiantes que buscaban sus nombres entre la lista de aplazados.

Los falsos intelectuales de izquierda pasaron los memoriales, en donde no firmar era de mal gusto, y proclamaron nuestro puesto ante la revolución, mientras los obreros en las cantinas y en sus casas bebían ron con coca cola y comentaban los diarios.

Los falsos intelectuales de izquierda, esta mañana luego de comer sus corn-flakes se montaron en los carros de papá y junto con algunos otros amigos empezaron a repartir hojitas en las calles donde un lenguaje que sólo ellos entendían llamaba al pueblo a sublevarse, porque es muy fácil estar full-time en rebelión cuando se tiene el estomago lleno y las caries y el hambre son de los otros, lejanos y cercanos, pero siempre prendidos como el aire.

Los falsos intelectuales de izquierda, esos muchachos de pullover, vendidos del alcoholismo y la putería, o más bien, los hijos del señor Ministro y la señora Embajadora, que encontraron en la Revolución un justificante para su tedio y la retrasan en sus relojes para darse tiempo de aparecer en las crónicas o en las reseñas históricas que han de hacerse en el futuro.

Los falsos intelectuales de izquierda, esos que hacen la revolución en sus tazas de café, mientras los días transcurren y se mueren, sin pedirle a nadie permiso, o simplemente amarillos como los pergaminos languidecen en sodas y bares y restaurantes haciendo la revolución ente un chop-suey, soñando ser los fideles castro o los ches guevara de bolsillo.

Los falsos intelectuales de izquierda, ligeros como un ascensor, haciendo versos para agradar al partido o angustiándose de pronto porque la noche apenas llega y en el día no hicieron nada por la revolución.

Estos hermosos muchachos con sus amiguitas al lado, pálidas sombras de posibles mujeres, Luisas Micheles sin barricadas de ojos pintados y pestañas amarillas, mudas y pálidas como las vestales, y que nadie ha sabido si son inteligentes o idiotas porque nunca abren la boca.

Los eternos muchachos, los que después de los treinta aún siguen siendo los mismos que cuando tenían veinte y para los cuales las arrugas son sólo el pretexto para aducir sufrimientos conflictivos o conflictos interiores.

Los falsos intelectuales de izquierda, lívidos y sucios deambulando por los bulevares o las rotondas y fumando marihuana o viendo festivales de cine protesta o deambulando en la noche por el jardín Rosemary. Los precoces aspirantes a diputados o munícipes,
hablando ante parlamentos juveniles sobre la necesidad de la rebelión
y de la muerte heroica
y que por la tarde asisten a la boda de fulanita
y menganita y entre cócteles
y aceitunas
y escotes
tratan de extender la subversión por entre todas las mesas dispuestas,
los hacedores de la revolución de paquete,
la que nace de todas las tardes y se muere de tedio
y puede leerse entre octavillas o diarios o revistas
y está en sus cuartos un retrato de Che junto a otro de Raquel Welch
y confunden la revolución con el manoseo o el Kama Sutra
y pierden los años y los días en lamentos,
como en una película de Sarita Montiel,
salidos de un cafetín en las mañanas cuando los obreros van a sus trabajos
y perdidos por las calles de la mano de una pequeña amiga, pálidos y nostálgicos como un poema del primer Neruda.

-Alfonso Chase

Así es que creo que la mayoría de los jóvenes "revolucionarios" que hablan de política en los bares y cafés del centro pueden encontrar una autocrítica.

Y habría que añadirle más a ese escrito para que se adapte a la realidad de México, donde podemos hablar en voz alta sobre revoluciones y hasta guerra civil sin que nadie se moleste. Porque nadie lo oye.

Pudiera escribir más del tema, pero creo que el escrito que aquí copio basta.